Erase una vez un hermoso y pequeño planeta, muy parecido a la Tierra, lleno de formas de vida de incalculable variedad y belleza, que habitaba en un rincón bastante alejado del centro de la galaxia Vía Láctea.
Vivió por varios cientos de miles de millones de años, este planeta tan parecido al nuestro, muy feliz, vagabundeando por su específica porción de universo, con mucho tiempo libre para el ocio y pasarlo bien en general, que, como todo el mundo sabe, es tan propio de los planetas, siempre y cuando no haya colisiones con otros astros, del tipo lunas, cometas y demás.
Hasta que un día, nadie sabe cómo, apareció allí una clase de homínido muy parecido a nosotros, los humanos, y que se encontraba también en un proceso de evolución muy similar al nuestro (que, por supuesto, como todos sabemos, no consiste en una transmutación a una forma biológica superior, sino a un mayor nivel de conciencia…).
Pues bien, sin esperarlo nadie, en uno de los eones de tiempo en que transcurría la vida de aquel globo astral tan parecido a nuestra Tierra, sucedió que los homínidos que habitaban allí, semejantes a nosotros los humanos, se volvieron por todas partes, al igual que nosotros aquí en la Tierra hoy en día, neuróticos. Todos, sin excepción.
Esto coincidió con un periodo de oscuridad tal en sus conciencias que a pesar de sus avances científicos más destacados (como la pólvora, el tabaco e internet, por citar sólo algunos) estaban organizados socialmente de modo tal que una minoría social parasitaria vivía aprovechándose descaradamente de la riqueza generada por el resto de la sociedad. Esta minoría parasitaria quedaba establecida principalmente por grandes empresarios, banqueros, políticos, altos cargos militares y las cúspides de las jerarquías eclesiásticas de las principales religiones existentes allí, como en nuestro mundo.
Aquello, aparentemente, no tenía salida. Aquel planeta, como el nuestro actualmente, se sentía morir con todas las atrocidades cometidas contra su ecosistema a consecuencia de mantener aquel orden de cosas, a la vez que aquellos homínidos se seguían matando los unos a los otros por indicación de sus mandatarios, que garantizaban así seguir manteniendo su situación parasitaria.
Pero, milagrosamente, tuvo lugar un acontecimiento que nadie esperaba y que dio pie al término de aquel estado de cosas para siempre, devolviendo a ese mundo su añorada felicidad de antaño.
Este acontecimiento fue la difusión en los medios de comunicación de la siguiente noticia: el principal representante de una de las religiones mayoritarias establecidas allí era pedófilo, y no sólo eso, sino que este líder religioso notificó, en un discurso público, su apoyo a la pedofilia, defendiendo así, de paso, a la multitud de pedófilos integrados en las filas de su organización religiosa.
Inmediatamente, se produjo una reacción entre un grupo de madres de niños afectados por tal drama, que crearon la ASOCIACIÓN DE MADRES PARA LA DEFENSA DEL MENOR, la cual no cejó en su empeño en ningún momento por denunciar estos abusos cometidos en el seno de las organizaciones religiosas.
El escándalo fue tan grande que gran parte de la población de aquel planeta se declaró en apoyo de la ASOCIACIÓN DE MADRES PARA LA DEFENSA DEL MENOR, quienes, en una jornada de rebelión a nivel mundial, en la que nadie acudió a trabajar, exigieron la dimisión inmediata de todos los gobernantes y políticos en general, o aspirantes a gobernantes, que no claudicaran de sus relaciones diplomáticas o de cualquier índole con los miembros pedófilos de las organizaciones religiosas.
Ningún gobernante accedió. Se sentían seguros con sus armamentos militares y sólo veían en la revuelta una conspiración comunista. Hubo algunos políticos que dijeron ponerse del lado de la población, pero cuando se les exigió que rompieran cualquier tipo de trato con aquellos miembros de su estamento que no hubieran condenado a los pedófilos, en verdad, casi la totalidad de ellos se vieron imposibilitados para cumplir esta demanda del pueblo, dado el entretejido de relaciones de amistad, e incluso familiares, que existía entre unos políticos y otros.
Mientras el caos reinaba por doquier, dándose incluso casos de linchamientos a supuestos pedófilos (algunos de ellos inocentes del delito, todo hay que decirlo), aconteció algo asombroso: los soldados y la mayoría de oficiales de los ejércitos, ya fueran de reemplazo o profesionales, se plantaron ante sus mandos y se negaron a reprimir a la población, hasta llegando, en muchos miembros, a renunciar a su fe religiosa con tal de no tener nada en común con los pedófilos.
Sólo hubo, en el ambiente de desobediencia civil general, algunos vanos intentos por parte de varios servicios secretos gubernamentales por boicotear el movimiento creado por la ASOCIACIÓN DE MADRES PARA LA DEFENSA DEL MENOR, llegando a correr peligro la vida de algunas de las madres fundadoras del movimiento de protesta. Pero, finalmente, ningún mal les sobrevino.
Todos los gobiernos se hundieron. Y con ellos el poder judicial vigente. Y confirmando la teoría científica del caos que enuncia la economía y eficacia de éste frente al control para generar orden, la población se organizó, espontáneamente, en comunidades asamblearias democráticas que se expresaron en todos los ámbitos pertinentes de la Industria o la agricultura. Científicos, intelectuales varios y especialistas de todas las disciplinas trabajaron al unísono junto a los demás dentro de cada hermandad de población gestada.
El impulso de este verdadero autogobierno democrático convenció a todos de la genuina fuerza y capacidad de creación que surge de la unión alrededor de un mismo propósito de cambio.
Las gentes de aquel mundo desarrollaron una latente y natural conciencia por su planeta, a quien concibieron desde entonces como su fiel deidad, ya que les proveía de todo cuanto necesitaban.
Tras repartirse el tiempo de las jornadas laborales y reducirse la carga del trabajo, la ciencia avanzó a pasos agigantados. En aquel mundo pronto aprendieron a extraer energía del flujo cuántico vacío inter material, obteniendo así una fuente de combustible inagotable y no contaminante aplicable a toda tecnología necesitada de algún tipo de carga o alimentación.
A la par, fruto del afecto que aprendieron a profesarse los unos a los otros, las conciencias de aquellas gentes evolucionaron de modo tal que llegaron a percibir la corriente que hila y sustenta intrínsecamente toda materia, comprendieron que al percibir la unidad de todo lo existente se llenaban de una dicha inefable que les colmaba de agradecimiento hacia la vida y su planeta. A tal dicha la llamaron amor.
Y desde que al fin descubrieron el poder de su amor, vivieron felices y comieron, sobre todo, manzanas y peras, viajando a los confines del universo con un sinfín de facultades anteriormente desconocidas para ellos, como la tele transportación, la telepatía o el multi orgasmo cuántico, por mencionar algunas, colmando de alegría a su bello planeta, que aún hoy continúa vagabundeando por el espacio sideral, sólo que ahora mucho, mucho más…radiante.